Vientres o úteros de alquiler, gestación subrogada, hornos o vasijas. En definitiva, violencia contra las mujeres.
En los últimos meses ha surgido el debate en torno a la legalización de la práctica de los vientres de alquiler en España o gestación subrogada, en su versión en neolengua. Un tema que genera posiciones enfrentadas, sobre una práctica que no es legal en nuestro país , pero que si se dan casos de importaciones de bebés desde países que si lo permiten y que son inscritos en el Registro Civil. Además, el Gobierno Vasco se suma a la ola y ha anunciado que comenzará a conceder permisos de paternidad y de maternidad para estos casos.
El nombre no es baladí y va desde el eufemismo utilizado por aquellas personas que defienden estas prácticas, “gestación o maternidad subrogada” le llaman. Lo entienden de una forma altruista, con ciertas restricciones y una “compensación económica simbólica”. Aquellas personas que lo rechazan lo hacen utilizando denominaciones como “hornos” o el “no somos vasijas” “úteros o vientres de alquiler” y lo hacen por entender que es una mercantilización del cuerpo de la mujer y su sometimiento a las leyes del libre mercado.
En India, Bangladesh, Ucrania o en los mismos Estados Unidos mujeres con escasos ingresos se ven obligadas a vender su cuerpo a precios que oscilan entre los 50.000 y 200.000€, según lo que dicte el mercado, claro. Se han creado auténticas “granjas de mujeres” donde las mujeres se convierten en esclavas y donde sus movimientos l alimentación y sexualidad serán controladas por las empresas intermediarias para garantizar la calidad del producto con el se comercia. Estamos hablando de un bebé-mercancía, de un ser humano que será gestado por una mujer pobre (no lo hace de forma altruista), lo hace porque tiene hambre o porque tiene necesidades familiares.
¿ Y si este proceso no tiene fin? ¿ Y si estamos hablando de que una mujer tras ese primer parto vuelve a ser fecundada y así durante todos los años de su vida fértil? No es eso una forma de producción como si de ganado se tratase, hasta que ya no le sirva al mercado, vieja y exprimida, será desechada porque ya no valdrá para “ese trabajo”. Una vida de control y explotación y un final dramático.
Se firmará un contrato donde la mujer gestante renuncia a todo, incluso a arrepentirse y pasará a ser una “vasija” regulada por el mercado. La libertad de contratar (es de las pocas libertades que defiende el capitalismo) se le supone a la mujer que firma, más allá de las desigualdades económicas y la influencia de empresas intermediarias que, a partir de ese momento, se someterá a las orientaciones y exigencias de los papás, las mamás y empresas, incluso si consideran que tiene que abortar.
Frente a todo eso, los papás y las mamás tendrán un bebé comprado, un ser humano nacido por mediación de una empresa intermediaria que como buena empresa capitalista, buscará el máximo beneficio, sin muchos escrúpulos y que, se calcula, se lleva el 80% del total de la transacción. Nos dicen, que es la ilusión de su vida el formar una familia y que le atenderán con cariño, entre algodones, incluso dicen que la experiencia ha sido tan bonita que la volverán a repetir… comprarán otro bebé. No se preguntan en ningún momento, cómo ha sido la experiencia para la mujer bombardeada con hormonas, sus nueve meses, su parto, ni son capaces de ponerse en su lugar y ver que detrás de su felicidad está una vida de necesidades, que no ha sido tan bonito para ella, ni ha sido un contrato en igualdad de condiciones, porque no hay igualdad, ni libertad, cuando hay necesidad.
¿Es posible ignorar y cerrar los ojos a todo ese proceso de explotación, bajo la premisa del deseo, convertido en derecho, a ser padres y madres? Ese deseo acaba necesariamente dónde empieza el derecho de aquellas mujeres pobres que serán fecundadas como ganado para fabricar niños de encargo y satisfacer así el deseo de los padres para perpetuar su estirpe, su esperma, su saga, incluso preservar la especie, porque eso también tiene su peso.
La vía de la adopción se convierte en la adecuada y alternativa para satisfacer el deseo de cuidar de un niño o una niña y de darle amor, ¡cuántos niños y niñas necesitan una familia, necesitan de una acogida, necesitan de una adopción, del calor de un hogar! ¿Por qué no trabajar a fondo y de forma conjunta para reducir los tiempos y los trámites acelerando las adopciones y que millones de niños y niñas necesitadas encuentren una familia?. No nos hace falta aumentar la natalidad, a escala global en un mundo superpoblado, y que no para de crecer y crecer.
También el Parlamento y el Consejo Europeo se han opuesto a esta práctica y así se recoge en el Informe Anual de Derechos Humanos y Democracia en el Mundo 2014 del propio Parlamento europeo, en el punto 115 del apartado dedicado al derecho de las mujeres, que dice lo siguiente: “condena la práctica de la gestación por sustitución, que es contraria a la dignidad humana de la mujer, ya que su cuerpo y sus funciones reproductivas se utilizan como una materia prima; estima que debe prohibirse esta práctica, que implica la explotación de las funciones reproductivas y la utilización del cuerpo con fines financieros o de otro tipo, en particular en el caso de las mujeres en los países en desarrollo y pide que se examine con carácter de urgencia en el marco de los instrumentos de derechos humanos”.
En definitiva se trata de un negocio muy lucrativo para las empresas intermediarias donde las mujeres no dejan de ser una incubadora humana, un producto de usar para vender el producto y, finalmente, tirar. Forma parte de la lógica del capitalismo patriarcal, donde todo se compra y se vende y donde se ejerce la violencia contra las mujeres en muchos aspectos de su vida: física, laboral, educativa, sexual… y ahora pretende añadir una nueva violencia mercantilizando sus cuerpos.
Isabel Salud Aresté. Coordinadora General de Ezker Anitza-IU
Ester Palacio García. Responsable del Área de Mujer de Ezker Anitza-IU